14 marzo 2017

Trump promete “acelerar” las conversaciones para renegociar el NAFTA

NAFTA

El recién elegido presidente estadounidense, Donald Trump, aboga por una nueva tendencia hacia el proteccionismo comercial que tan desastrosos resultados ha proporcionado en el pasado. Acérrimo detractor de la Unión Europea y de cualquier tratado de comercio que suponga cesión de soberanía, ya ha retirado a Estados Unidos del denominado Acuerdo Transpacífico (TPP) que firmó su antecesor, Barack Obama, y pretende renegociar a la mayor brevedad posible el NAFTA (North American Free Trade Agreement), una zona de libre comercio que conforma junto a sus dos estados fronterizos: Canadá y México.

 

Las razones de Trump para tratar de acelerar la renegociación del NAFTA, sin embargo, no se molestan en disimular un rancio nacionalismo comercial sin ningún tipo de racionalidad desde el punto de vista de la eficiencia económica. Bajo el alegato de que los productos estadounidenses no compiten en igualdad de condiciones con los de los otros dos países norteamericanos, Trump esconde la realidad de que el NAFTA es una zona de libre comercio que, básicamente, se ha ocupado de eliminar los aranceles entre sus miembros, desatendiendo la supresión de otras barreras comerciales.

De esta manera, los productos agrarios procedentes de Estados Unidos han gozado de una serie de ventajas competitivas en los mercados que no disfrutaban, por ejemplo, los productos de México, siendo éste un país con una economía mucho más dependiente del sector primario que la estadounidense.

 

Hoy en día, las cadenas de producción de las empresas se encuentran muy deslocalizadas y cada vez más tienden al aprovechamiento de economías de escala globales. Es, por este motivo, que el hecho de construir fronteras económicas no sólo tenga cada vez menos sentido sino que, además, pueda llegar a ser contraproducente. De hecho, México es el segundo país que más exporta a Estados Unidos (después de China), lo que significa que es uno de sus principales proveedores de materias primas. Si el coste de entrada de estas materias primas en la frontera estadounidense se encarece, se encarecerá también el coste de producción y, por ende, repercutirá en el precio final del producto. Así, el teórico beneficio que pudieran obtener los productores estadounidenses por la protección comercial quedaría ampliamente superado por el perjuicio que sufrirían los consumidores (y, no hace falta recordar, que los productores también son consumidores).

 

En definitiva, deberemos estar atentos a la deriva proteccionista de la política comercial que pretende imponer Trump ya que, lejos de conseguir el objetivo anunciado de defender el empleo nacional, podría suponer un dramático impacto en la línea de flotación de su propio tejido industrial.

 

JOSÉ MANUEL MUÑOZ PUIGCERVER

DIRECTOR MÁSTER COMERCIO INTERNACIONAL DE EUDE BUSINESS SCHOOL

 

 

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